... Y ES EL COLA-CAO EL DESAYUNO IDEAL.
Cabizbajo la serví el desayuno buscando la complicidad de un beso. Me tumbó sobre la cama y mi pijama voló por los aires.
Untó mi torso de mermelada de arándanos, e irreversiblemente la bandeja cayó al suelo con las galletas, el azúcar y la taza de Cola-cao. ¡Cayó todo! ¡Menos el tarro de miel! Con el cuchillo me esparció la mantequilla por las mejillas. Agarró la azucarera y a puñados espolvoreó mi cuerpo.
Mientras, a duras penas, fui embadurnando sus pechos; uno de nata, el otro de chocolate y en el último suspiro conseguí colocar sobre su ombligo la última fresa.